¿Quién es Silvina Ocampo?
¿Quién es esta mujer que se esconde tras las gafas, que se tapa el rostro para desafiar a la cámara con descaro? La respuesta más elocuente que he encontrado hasta ahora la ofrece Mariana Enríquez en La hermana menor. La hermana menor, de Mariana Enríquez
Por Sylvia Georgina Estrada. Publicada en Replicante el el 27 marzo, 2021
La primera vez que leí el nombre de Silvina Ocampo fue en la portada de Antología de la literatura fantástica. A su lado estaban dos autores a los que conocía muy bien y había leído con devoción: Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. No dudé en comprar el ejemplar y, tras devorarlo, me puse a investigar quién era esta escritora argentina con un nombre tan peculiar. No encontré ni mucha información ni libros suyos, al menos en las librerías que entonces tenía a la mano. Aún hoy no es sencillo hacerse con libros de esta escritora.
Después me fui enterando de que Silvina era hermana de Victoria Ocampo, la mítica fundadora de la revista Sur. Que era esposa de Bioy y amiga íntima de Borges. Que se rumoreaba que tuvo un romance con Alejandra Pizarnik. Que tardaba años en publicar un libro. Que jamás subió a un avión. Que predecía el futuro. Entre tanto relumbrón, no me extrañó que la escritora quedara en segundo plano, por ello me apetecía conocerla todavía más. ¿Quién es esta mujer que se esconde tras las gafas, que se tapa el rostro para desafiar a la cámara con descaro? La respuesta más elocuente que he encontrado hasta ahora la ofrece Mariana Enríquez en La hermana menor (Anagrama, 2020):
Ella era tan esquiva que las leyendas sobre Silvina son muchas y son intensas. Que tenía el don de la adivinación y predecía crímenes y hasta tornados. Que su vida sexual era audaz: un trío con su prima Angélica y el voraz Bioy —de quien Angélica era amante—. Los guapos jóvenes que se llevaba a su estudio de pintura con la excusa de usarlos como modelos vivos.
En este retrato (que primero publicó la Universidad Diego Portales, bajo la supervisión de Leila Guerriero) la autora realiza una suerte de peregrinaje para encontrar a la escurridiza Silvina Ocampo. A través de las páginas vemos desfilar desde una infancia supervisada por institutrices inglesas y criadas, pasando por su interés en el dibujo y la pintura que la llevaron a tomar clases con Giorgio de Chirico en París, hasta su matrimonio con “Adolfito”, sobre el que muchos opinaron que fue arreglado por la madre del escritor tras sostener (la madre) un romance con Silvina.
Además de los datos biográficos de rigor, Enríquez visitó algunos sitios de interés y realizó varias entrevistas con amigos y gente cercana a los Ocampo. Así que nos encontramos con un texto que se mueve entre la fina prosa narrativa de la autora y la investigación periodística, que en varios pasajes le da un tono de crónica al texto.
Lo que disfruto de leer textos biográficos armados por escritores es que se presta mucha atención a la obra literaria y cómo ésta se espejea con la vida del autor. Sabemos que Silvina “ama no solamente a los mendigos. Ama a los sirvientes de la casa. Ama a las niñeras, a las costureras, a las planchadoras, a los cocineros que viven en las dependencias de servicio del último piso. Ama a los trabajadores y a los pobres”. Estas fuertes impresiones de la infancia pueden ser rastreadas en su primer libro de cuentos, Viaje olvidado (1937), y en Invenciones del recuerdo (2006). En la primera obra los protagonistas de los cuentos son “niños crueles, niños asesinos, niños asesinados, niños suicidas, niños abusados, niños pirómanos, niños perversos”; en su libro póstumo nos topamos con una autobiografía infantil plagada de poemas.
También destaca la influencia que Silvina tuvo en Bioy Casares, con quien escribió la novela Los que aman, odian (1946). Por supuesto que Enríquez le dedica varias páginas a ese vínculo afectivo que mantuvo unida a la pareja por décadas, a pesar de las conocidas, y muchas veces escandalosas, infidelidades de Adolfo. Sin embargo, la autora de esta biografía no considera que Silvina fuera la típica esposa sufrida. De hecho, la menor de las Ocampo adoptó como propia a Marta, la hija que su marido procreó con una de sus amantes.
No puedo dejar de mencionar los títulos de cada capítulo, que corresponden a citas textuales tanto de Silvina como de los entrevistados, una suerte de cartografía de la imaginación: “Florecían rulos de sangre”, “Quisiera escribir un libro sobre nada”, “Lo perverso se le notaba”, “Ladrona en sueños”, “Ve cosas que ni el diablo ve”, “Siempre jugué a ser lo que no soy”.
Silvina se mantuvo en segundo plano de forma consciente. A diferencia de su célebre hermana, Victoria, a ella no le gustaba conceder entrevistas ni impartir conferencias, no acudía a eventos culturales, nunca hacía fiestas ni reuniones importantes, viajaba poco al extranjero y publicaba de forma esporádica. Eso sí, escribió hasta el final, “corriendo una carrera contra la pérdida de la lucidez” y logró terminar La promesa, una de sus dos novelas, que se publicó de forma póstuma en 2010.
Cuando terminé de leer La hermana menor me quedó la sensación de que, si bien conozco mejor a Silvina, todavía se mantiene como esa figura inasible y escurridiza que marcó, a su modo y con sus reglas, las letras argentinas del siglo XX. Por supuesto, ahora quiero leer más libros suyos y espero que esta mirada renovada a las letras femeninas traiga de vuelta nuevas y mejores ediciones de su obra.
¿Cómo es la escritura de Silvina Ocampo? Mariana Enríquez tiene, otra vez, una respuesta difícil de superar: “tiene el perfume húmedo, de musgo y mugre, del secreto”.
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