El Quinto Jinete, la Estupidez. Parte 2: Los Antivacunas
- estacionchilecito
- 3 ene 2021
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Por Iñaki Ceberio de León, Chilecito
En esta segunda parte, nos vamos a focalizar en un colectivo que se posicionan en contra del uso de las vacunas. Este es un movimiento que ya tiene varios siglos con una fuerte vinculación con actitudes dogmáticas procedentes de la religión. Hoy en día se mantienen los argumentos religiosos a los cuales tendríamos que añadir falencias epistemológicas y posturas políticas muy vinculadas al populismo y a la extrema derecha.
Uno de los argumentos históricos de los antivacunas remitía a los posibles efectos secundarios que producían algunas vacunas como la probabilidad de generar autismos en los niños. Este mito se fundó en una investigación de los años 90 del Dr. Andrew Wakefield que establecía una relación causal entre la vacunación triple vírica: sarampión, paperas y rubeola, con un comportamiento autista e inflamación intestinal grave. Sin embargo, dicha investigación fue refutada con estudios muchos más serios y la revista académica TheLancet que publicó dicha investigación se vio obligada a retirar el artículo.
Otro argumento se sustenta en los componentes de las vacunas en relación a los contenidos de aluminio y mercurio. Si bien es cierto que las vacunas contienen estos elementos sus concentraciones son mínimas (25 mgc) frente a la cantidad de mercurio que podemos encontrar en una simple lata de atún (69 mgc), por no hablar de la toxicidad que encontramos en muchos productos de consumo habitual.
Uno de los principales errores de carácter epistemológico consiste en el mal uso de los datos que proporciona la ciencia. Es cierto que las vacunas pueden tener efectos secundarios y hay un porcentaje pequeño de no conseguir la inmunidad deseada. En estos días con la polémica de las vacunas del Covid se habla de un 90%, un 95% de eficacia, por ejemplo. Es decir, generalmente, a la hora de implementar una vacuna, la efectividad suele ser bastante alta. Ahora bien, en las personas de riesgo, en el caso de contraer la enfermedad, la probabilidad de morir es muchísimo más alta que en el caso de no vacunarse. Pongamos un ejemplo con el sarampión. En un país desarrollado, dos personas de cada mil pueden morir de sarampión. Sin embargo, de las personas que se vacunan de sarampión, uno de cada millón puede tener una reacción alérgica, pero en ningún caso la muerte. Argumentar la no vacunación porque puede generar reacciones alérgicas es un chiste si lo comparamos con las vidas que salva la vacuna. Sin ir más lejos, en Holanda entre 1999 y el 2000 hubo tres muertes por sarampión en una comunidad religiosa que no aceptaba la vacuna. Algo insólito en un país que ya había erradicado la enfermedad del sarampión.
Lo más preocupante del movimiento antivacunas es la fuerte influencia que están ejerciendo en la sociedad en general y en relación directa con las vacunas contra el Covid. Y es preocupante porque los principales detractores proceden de la extrema derecha y grupos evangélicos que niegan todo el desarrollo científico. Y el impacto es tan fuerte que podemos hablar como un fenómeno de postverdad que consiste en admitir una idea o un argumento en base a la repetición del mismo, miente y miente que al final se convertirá en verdad. No obstante, los argumentos antivacunas son falaces porque llegan a conclusiones falsas a partir de evidencia científica. Por ejemplo, algunas vacunas que se están desarrollando contra el covid son obtenidas por alteración genética que consisten en la obtención de vectores del virus. Ahora, por el hecho de que se haya alterado genéticamente el arn o adn del virus no implica que dicha vacuna altere nuestro genoma humano. Es una conclusión que no está respaldada por ninguna evidencia científica, si bien, las premisas son ciertas. Otra falacia consiste en ofrecer argumentos de supuestos científicos que se posicionan en contra de las vacunas. El hecho de que uno sea científico no es razón suficiente que para creer todo lo que diga.
En general, lo que hay que tener claro es que las vacunas han podido erradicar enfermedades como la sarampión, la rubeola, viruela, etc.; que hay más probabilidad de morir de una enfermedad que ya tiene vacuna que por los efectos secundarios de dicha vacuna; que la mayoría de los argumentos antivacunas no tienen ningún respaldo científico; que las vacunas pueden ser un instrumento para frenar una pandemia y salvar miles de vidas. Todo esto nos lleva a reflexionar con mayor seriedad la labor de la ciencia en nuestra sociedad y el ofrecer un espíritu más crítico en nuestra educación para que los futuros ciudadanos no se dejen embaucar por falacias ni opiniones carentes de sustento. Queda claro que con la ciencia no basta para superar una crisis social o ambiental, sino que es necesario recuperar el sentido común y realizar una lectura crítica y racional de la información que se nos ofrece.
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