"El Indio" Ceballos, el torero argentino que retrató Goya
- estacionchilecito
- 26 mar 2021
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El autor rescata aquí la historia increíblemente olvidada del primer gran "deportista de exportación", en este caso a finales del siglo XVIII.
Por Oscar Andrés De Masi. Publicado en gacetamercantil.com el 24 de febrero de 2021
Hace ya un par de meses, conversando acerca del pasado argentino con un español, noté su gran sorpresa ante el dato histórico de las corridas de toros en Buenos Aires en tiempos coloniales. La charla me trajo a la memoria el nombre de Gastón Gori (ese ensayista abocado a cuestiones de nativismo, de ruralismo y de inmigración), hoy casi desconocido, que escribió, no sólo “La Pampa sin gaucho” o la magnífica monografía acerca del quebracho y “La Forestal”, sino también “Toros y toreros en el Río de la Plata”.
Este último trabajo, aunque no pretende agotar la cuestión, ofrece una tan rica y bien escrita información que su lectura es mandatoria para quienes deseen abordar el tema de las corridas de toros en el ámbito rioplatense. De allí, principalmente, rescato la historia de Mariano Ceballos, apodado “el Indio”, un torero de los arrabales de Buenos Aires que llegó a lucir su destreza en Madrid y fue retratado por el mismísimo Francisco de Goya.
Ceballos hizo su aparición en la lidia porteña el 20 de febrero de 1772 (vale decir, dos años antes de que los primeros toreros indios mexicanos de Tehuantepec). Nuestro “Indio” estoqueaba y mataba tanto de pie como a caballo, y su habilidad debió de ser poco común pues llegó a cobrar, por cuatro corridas, la suma inusual para entonces de cien pesos fuertes.
Pasó pronto a España y fue el primer torero americano que actuó en la península, y lo hizo con éxito notable.
El barón Charles Deviller, en sus anotaciones de viaje, reparó en él aunque lo caracteriza como “un negro de Buenos Aires”. Quizá fuera mestizo. El viajero señala la formación empírica del matador, quien, de pequeño, solía perseguir animales en el campo echándoles el lazo. Todo un cliché, tratándose de un nativo de las pampas.
En sus funciones en Madrid había un número en especial llamado el “montatoro”, que fascinaba a los espectadores: enlazaba al toro por los cuernos y lo conducía hacia un poste fijado en el centro de la plaza. Le echaba una silla al lomo y lo montaba como si fuera un caballo. Una vez montado, cortaba las cuerdas y el animal se daba a la carrera más frenética, corcoveando para librarse del jinete que iba a ser su verdugo. El “Indio” no se soltaba. Y cuando ya el toro daba señales de fatiga, lo lanzaba violentamente contra otro toro, al que mataba en la embestida, ultimando luego al que iba montando. Pero tal era su esfuerzo, según relata Deviller, que, invariablemente, al finalizar, Ceballos vomitaba sangre.
Aún cuando la matanza deportiva de animales no agrade ni a quien escribe ni a quien lea, el coraje extraordinario del torero y su tremendo esfuerzo físico resultan admirables.
El modo de torear de nuestro compatriota era más bien “gauchesco”, como se usaba en el medio rioplatense, donde los toreros eran reclutados en las estancias, en los mataderos y en los saladeros. Que eran especímenes humanos brutales queda fuera de toda duda y así lo pusieron de relieve viajeros como D´Orbigny y otros, que los vieron de cerca enlazando las reses, desjarretándolas y matándolas con el filo del cuchillo.
Seguramente sus fintas arbitrarias no igualaban la galanura coreográfica de los toreros peninsulares, pero al “Indio” le sobraba fuerza muscular, bravura y mañas propias. Llegó a torear en Zaragoza, en Pamplona y en casi todas las plazas castellanas, entre 1773 y 1780 (o 1784). Quizá pueda decirse que fue nuestra primera celebridad deportiva que ganó fama fuera del país, antes que Juan Manuel Fangio, Carlos Monzón, Guillermo Vilas y Diego Maradona.
Es de notar que en España jineteaba aquellos toros que no eran del tipo grande, pesado y más bien mansuetudo de su tierra bonaerense, sino los “toritos” navarros, pequeños, nerviosos y muy ariscos. Justamente, en 1780 (o 1784) fue corneado mortalmente por uno de ellos en la plaza de Tudela, vengando el animal, sin querer, la sangre derramada de su raza taurina. La lidia trae, de tanto en tanto, estos equilibrios en la balanza, donde a veces toca al toro oficiar de matador.
Pero, pese a la heterodoxia de su estilo, no debió defraudar jamás a su público. Y ello explica que el maestro Francisco Goya (el pintor más famoso de España entonces y un gran aficionado a la lidia) lo haya retratado en forma póstuma en la excepcional serie “Tauromaquia”.
Goya debió haber visto torear al “Indio” y debió haber quedado fascinado ante su carisma. Tal vez haya bosquejado allí mismo, en el tablón del circo, los primeros esquicios.
Gori señala que se conocen dos versiones pictóricas de una obra en la cual Ceballos aparece persiguiendo a un toro que ha saltado la barrera y huye de la matanza. Uno de estos cuadros, que se atribuye a Goya, perteneció al duque de Veragua, descendiente del almirante Cristóbal Colón.
El homenaje goyesco a nuestro compatriota es doblemente llamativo porque, si no me equivoco, a excepción de “Martincho”, sólo a Ceballos retrató el maestro sordo, quién, por otra parte, no era adulón ni derrochaba elogios.
Más aún, a partir de su exilio en 1824, Goya volvió a los temas taurinos a través de la técnica de la litografía (que ejecutaba de un modo muy personal), creando la famosa serie “Los toros de Burdeos”. Allí reaparece el “Indio” con el epígrafe gentilicio de “El famoso americano Mariano Ceballos”.
Quizá sea la mejor obra de aquella serie que, lamentablemente, no alcanzó el éxito comercial que tanto el artista como su empresario Gaullon habían esperado. Porque, de haber sido así, la fama póstuma de Ceballos, de nuestro compatriota (que a veces, infundadamente, fue nombrado como peruano o mexicano…) hubiera sido poco menos que inconmensurable.
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