De aceitunas, cuatreros y malos socios
- estacionchilecito
- 26 feb 2021
- 7 Min. de lectura
Por Miguel Bravo Tedín (*), La Rioja
El doctor Lisandro de La Torre se convirtió en la década del 30 del siglo pasado en un perseverante y agudo crítico de la realidad económica de esa época. Y es sabido su empeño por desenmascarar los oscuros negociados de las empresas frigoríficas no solamente norteamericanas sino especialmente inglesas. No debemos olvidar el famoso pacto Roca-Runciman por el cual la Argentina aceptó convertirse en algo parecido a una colonia o, mejor dicho, no parecido sino colonia solamente.
Sus denuncias sobre el proceder fraudulento de las empresas mencionadas lo convirtió en un temible “denunciador profesional” al extremo que muy acertadamente fuera calificado de “Fiscal de la República”.
Nada se le escapaba a de la Torre en cuanto fuera denunciar atropellos, fraudes y negociados en general. Su astucia y agudeza eran particularmente apreciadas.
Esta historia que vamos a contar muestra que Don Lisandro podía ser muy listo y despierto en temas nacionales e internacionales pero poco o nada veía de sus propios negocios muchos de los cuales los realizaba en su estancia de Pinas ubicada en el límite entre Córdoba y La Rioja y a la que accedía todos los veranos desde una estación ubicada muy cerca de El Milagro, (Estación Comandante Leal) de la que salía un ramal de ferrocarril construido expresamente para el servicio de Don Lisandro y aunque él era un denunciador de los abusos de los ferrocarriles ingleses en este caso se trataba de trenes del Estado. Privilegio que no tenía por qué denunciar, porque el beneficiado exclusivo era él.
En su estancia de Pinas descansaba de su agitada vida de denunciador en la Capital Federal, hachando (por lo que le quedó por apodo el “leñador” de Pinas), realizando tareas rurales, complementada como gran macho que era, con una activa vida sexual (como quedó registrada en la memoria popular que recordaba lo hacía con cuanta criolla de buen culo se le ponía a tiro). Lo curioso es que muy tarde comprobaría el Señor Fiscal que un par de no muy inteligentes paisanos lo remacharon y le dejaron en la boca el amargo sabor de tener que reconocer que lo habían jodido.
La casualidad, la eterna casualidad me permitió encontrar en el archivo que dejara a un amigo riojano, que afincara en La Rioja a fines del siglo XIX y que viviera en ella hasta su muerte en 1934, una serie de cartas que por motivos de negocios y luego por temas comunes y amigables, le dirigiera desde el 11 de marzo de 1911 hasta el 25 septiembre de 1934 el doctor Lisandro de la Torre, algunas desde Buenos Aires, otras desde su estancia cordobesa de Pinas.
Los temas de los que hablaba en sus cartas en general poco o nada tenían que ver con los temas que lo obsesionaban en Buenos Aires que cómo se preparaban las aceitunas negras, que cómo se las desinfectaba y de sus fracasos como olivarero.
Un mal socio y cuatreros liberados
También le contaba a su amigo riojano entre temas de negocios, exhortos, cuestiones legales de algunos problemas que tenía. Le pide intervenga para que unos cuatreros que le han robado hacienda reciban su castigo correspondiente y solicita sus buenos servicios para que el ladrón de una urna no sea castigado. Los temas son varios y muchos nos muestran un de la Torre preocupado por otras cuestiones de las que se suele hablar mucho. Pero es el hombre, el abogado, el “caballero rural” como alguna vez se definió a Tom Jones, tanto más que el político los que asoman en esta serie de cartas.
El 24 de diciembre de 1929 le escribe:
“Recibo aquí (Buenos Aires) reexpedido desde Pinas su telegrama preguntándome por la dirección del Dr. Viale y le he contestado que es la misma Esmeralda
Me imagino que su pregunta se deberá a cartas que no le habrá contestado. Con este motivo le haré saber confidencialmente (y de la Torre subraya la palabra) que he disuelto la sociedad que tenia con Viale y he interrumpido mi relación personal con él.
Si algún día llega Ud. a enterarse de las cosas que me ha hecho, abusando de la confianza que tenía depositada en él, no volverá de su asombro.
Por eso estoy aquí (se lamenta de La Torre) en vez de estar en Pinas”.
Meses después, el 6 de mayo de 1929, y también desde Buenos Aires, de la Torre vuelve sobre el tema de su mal socio que según parece le ha dejado tecleando las
finanzas a él y a otros, por supuesto.
“El primer admirado de lo que me ha sucedido con Viale he sido yo. Tenía en él una confianza sin límites y me estaba explotando miserablemente. Descubierto, no sé todavía si a tiempo, se venga con toda clase de miserias. Si no fuera por él, ya todo estaría arreglado y todos los acreedores de la firma que llevó su nombre pagados.
Pero no quiere arreglar especulando, como hacen los chantajistas, en sacar tajada de las dificultades que crea. Pero le va costando caro. Nada sabía del pequeño crédito que Ud. tiene, ni a qué asunto de los que le encargó corresponde. Voy a informarme”.
Y luego de la Torre habla de un tema que también lo tuvo preocupado por ese tiempo,
recordemos el apelativo de “el leñador de Pinas”: el obraje. A lo que parece, nada le salía redondo, todo con problemas, intervención de Justicia y así por el estilo.
“Lo que le ha dicho el fiscal de gobierno es erróneo” –le sigue manifestando a Cortés Guerrero-. La estación kilómetro 619 por donde se despacharon tantos productos forestales, no está en Córdoba sino en La Rioja y el bosque explotado no estaba en La Rioja sino en Córdoba, en su casi totalidad. Es decir, al revés de lo que cree el fiscal. Encontrándose la estación en La Rioja el ferrocarril hacia aparecer el despacho de las leñas como efectuado, allí, porque así convenía a la mayor simplicidad de su contabilidad, pero el mismo ferrocarril reconocería que las leñas venían de otra parte, como la jurisdicción de Córdoba comienza en el kilómetro 4 y las leñas se cargaban en los kilómetros subsiguientes hasta el 47, que es la termina”..
“Por esta razón –sigue explicando muy conocedor de la Torre, “experto” a lo que se ve
en más cosas que las parlamentarias y oratorias- sólo debe pagar a La Rioja el impuesto
correspondiente a la muy pequeña cantidad de leña cargada y producida en el espacio
comprendido entre el kilómetro 4 y la estación y en otro pedazo al poniente. Por no limitarse a cobrar eso y pretender el pago del impuesto sobre las leñas producidas en
Córdoba fue que se observó la improcedencia del cobro en esa forma y se ofreció pagar
inmediatamente lo que fuera justo, ofreciendo a ese efecto la comprobación por medio
del ferrocarril mismo”.
Lo más interesante de estas cartas es que tocan temas rurales. Y que muestran a un de la
Torre inquieto por temas que todavía preocupan a los ganaderos de La Rioja
principalmente, donde el cuatrerismo sigue siendo el mayor flagelo de las actividades ganaderas, con la vista gorda de la policía, de antes y de ahora, por supuesto.
En una de sus últimas cartas de 1930 le comenta al riojano:
“Un tal Capistrano Oviedo y un hijo me han carneado una vaquillona y han sido
sorprendidos por un puestero y convictos por las autoridades de Milagro y de Chacho.
Como el domicilio de los cuatreros y el sitio donde fue carneada la vaquillona
corresponden a La Rioja es esta jurisdicción la que prevalece y entiendo que los dos presos han sido ya remitidos a la capital. Si no se tratara de cuatreros conocidos, autores reincidentes de hechos análogos, no daría gran importancia al asunto, pero en atención a las circunstancias antedichas me interesa que se haga un escarmiento. Ud. sabe que desgraciadamente, los cuatreros suelen ser puestos en libertad en cuanto llegan a la capital. Le pido quiera informarse en la policía de la llegada de los Oviedo e indicarme lo que procedería hacer para su castigo”.
Lo que sospechaba de la Torre ocurriría, ocurrió. Es decir se cumplió exactamente con una de las leyes de Murphy.
Los cuatreros fueron liberados y de la Torre quedó tascando la bronca y al mismo
tiempo comentando que le seguían robando ganado. Es gracioso pensar que el más
grande denunciador de los negociados de los frigoríficos ingleses fuera a su vez
engañado por un par de cuatreros lugareños que lo tuvieron a mal traer durante bastante
tiempo. Y es que él si podía con los cuatreros internacionales.
Hasta que la muerte nos separe
La correspondencia entre De la Torre y su amigo riojano se prolongará hasta fines del año 34 en el que éste último fallece. Los temas agropecuarios, para definir la cuestión, son los que campean en estas cartas amables, confidentes y demostrativas de algunas facetas del gran tribuno argentino, que tenía en Pinas no solamente un lugar cierto de descanso para sacarse de encima tanto “splin” y mufa porteña, sino que en Pinas, de la Torre tenía muchos intereses económicos, sociales y hasta sentimentales. Y lo que comenzó siendo un simple intercambio epistolar de tipo comercial, terminó en una mutua y sincera amistad. Y es que a ambos los unía, por sobre todo, una arraigada y militante “hombría de bien”.
Un par de años después don Lisandro, alegando según algunos su cansancio moral por los tiempos corruptos en los que vivía y según otros, algo que no dijo, por una fuerte frustración amorosa se rajó un tiro en el pecho donde su cansado corazón de empedernido amante dejó de jugarle malas tretas. Pensamos que más que el cansancio moral y como correspondía a un romántico de ley, su vida perdió sentido cuando “alguna vieja le colgó la galleta”. Y entonces recordando que en algún tiempo fue seguidor del partido de Alem se habrá acordado de aquel viejo lema que decía: “Que se quiebre pero que no se doble”. Y seguramente a don Lisandro antes que quebrarse se le dobló. Seguramente su últimos recuerdos no fueron tanto sobre la naifa que lo dejó sino sobre los paisanos riojanos que mostraron que el respetado Fiscal podía ser engañado como una vulgar costurerita.
(*) Capítulo III del libro HISTORIA DE HISTORIAS (DE LANGOSTAS, BORRACHOS Y PRÓCERES), de Miguel Bravo Tedin.
Comments