top of page

Pandemia, Aislamiento Social y Salud Mental

  • Ricardo Repetto, Llavallol
  • 3 sept 2020
  • 5 Min. de lectura

J.P. Sartre en su obra de teatro ”A puerta cerrada”, da una visión del infierno: Tres personas condenadas a pasar la eternidad encerradas en una habitación. Ni siquiera pueden parpadear; no pueden dejar de ver la realidad ni por una milésima de segundos; veredicto este que los interpela con su naturaleza, su mundo interno. La cuarentena, como medida de prevención para contener la epidemia del COVID-19, ha disparado “vivencias infernales”. Es en la intimidad donde estalla el paradigma neoliberal que propone “tener” en lugar de “ser”, y donde converge la propia realidad con un vacío interior que no admite distracciones posibles: Malhumor crónico, que deviene de “matar el tiempo” con la concomitante baja tolerancia a la frustración y el pensamiento mágico (ingerir desinfectantes), como única alternativa de supervivencia; sumergen al sujeto consumista en un cuadro de desesperación incontenible. El odio, como expresión suprema y proyección del desprecio por sí mismo, se direcciona hacia los otros, generando una falta de empatía desenmascarada patéticamente. No es mi intención rotular a los llamados “Libertarios” bajo la premisa anterior, pero es posible inferir que esta condición es inherente a la cosmovisión de muchos de ellos. Es inevitable pensar desde lo ideológico, pero es en este territorio donde se desovilla la madeja psicosocial.

En general, se han escrito muchas líneas referidas a la salud física en desmedro de la salud mental. Obvio, estamos en supervivencia, estado este que nos arroja a las fauces de la muerte como amenaza real, carente de toda representación simbólica. Tal vez por eso asistimos al espectáculo de ver los muertos voluptuosamente expuestos por los medios de comunicación, desplazados hacia territorios de intimidaciones concretas que configuran un sincretismo que expone estados emocionales regresivos. La supervivencia pone en valor a la amenaza de muerte como vivencia irreductible de la precariedad de la vida. La finitud ha invadido la escena apacible del Estado de Bienestar y ha confinado al cuerpo hacia el ático de la agonía. En esta Epidemia de la Soledad (“Bifo” Berardi), el cuerpo ha perdido su condición de goce para quedar entrampado en los rituales de previsibilidad como intentos de controlar lo incontrolable. En el deslinde, las esperanzas de futuro (en crisis) construyen la representación inconsciente de la condición depresiva que impregna la cotidianeidad.

La cuarentena configura un inevitable recurso de supervivencia y a la vez arroja la naturaleza gregaria de la humanidad hacia territorios desolados. El cuerpo social también agoniza y la nostalgia se subroga en la virtualidad. Este presente es el imperio de la imagen como sucedánea de un contacto humano furtivo. Podemos pensar en un estado de Duelo permanente que se revela a través de una emotividad vacilante. Sin embargo, el ansia de

contacto, insubordinada al orden establecido, se despliega hacia la búsqueda de vínculos perdidos en el tiempo, desarrollando nuevas aperturas. En principio, lo virtual emerge como alternativa vinculante. Es incierto el destino de estos contactos: La Nueva Normalidad responderá estos interrogantes.

Es notorio un fenómeno que enmarca la universalidad de la pandemia. Existen dos tipos de ansiedades: Ansiedad Paranoide (El temor al contagio, el “otro” como gestor del mal) y Ansiedad Depresiva (escepticismo, apatía, aburrimiento). Ambas manifestadas de acuerdo a los patrones socioculturales de cada comunidad, y las cuales han irrumpido con una sincronía temporo-espacial contundente, configurando un cuadro que podemos caracterizar como Estrés por Aislamiento: Aquí las ansiedades irrumpen generando conductas de control obsesivo (ritual diario de la desinfección con la idea que nunca alcanzan las medidas preventivas); la proyección en el otro de la propia inestabilidad transformándolo en un potencial agente de contagio y el desplazamiento hacia el cuerpo transformándolo en el teatro donde se representa la fragilidad (somatizaciones que replican síntomas del virus). El ser humano es un ser social, padecer un aislamiento prolongado es algo antinatural, genera un (mal) estar expresado en intensas crisis de angustia que alteran la vida cotidiana. En este sentido, la vida de los niños no está apartada de este contexto y presenta un aspecto novedoso: los niños padecen un ”exceso de padres”. La infancia es una etapa de la vida que requiere intensos y periódicos intercambios con pares. La actividad lúdica con amigos constituye uno de los pilares del “estar en el mundo”, la modificación de la vida de relación ha generado retardos madurativos en lo que respecta a la socialización.

He intentado aportar un enfoque acerca de lo que sucede a nivel de la salud mental, con los atributos que provienen de la práctica clínica y de la observación de los hechos de un momento tan especial. Imposible soslayar que me ocupo de la asistencia por medios virtuales y que por estos mismos medios me llegó la propuesta de esta presentación. Me refiero a que la desnaturalización también atraviesa la práctica psicoanalítica. Muchas líneas de desarrollo se despliegan desde la perspectiva de la investigación. Nadie tiene la última palabra; creo que es un circuito abierto que requiere una mirada atenta de la evolución de los hechos.

Para algunas personas, la pandemia ha reportado la idea de un paréntesis en sus vidas, para otras, es sólo una manera diferente de vivirla. En los claroscuros de esta insólita manera de convivir con el virus, se despliegan variados testimonios que van desde la exacerbación de algunos aspectos personales que antes se manifestaban como tendencias, hasta la propuesta de transitar esta situación mediante un profundo encuentro con aspectos postergados por la vertiginosa existencia que formula el “mundo de la eficacia”. En este sentido existe un desarrollo de aspectos creativos y recreativos donde el protagonismo está en un hacer revelador a partir del sano ejercicio de la “contemplación” (Byung Chul Han). Pequeñas y silenciosas revoluciones que han llegado para quedarse en la vida de muchos.


En lo personal, soy escéptico respecto que la pospandemia produzca cambios a nivel mundial. La existencia de este virus desenmascara la manipulación genética de organismos, pudiendo esto, como en otras circunstancias de la historia, propender al desarrollo de armas químicas y bacteriológicas como nuevas modalidades de exterminio. Considero también que se está “experimentando” con la implementación de lo que Giorgo Agamben denomina “Estado de Excepción”. Es de esperar que los gobiernos ponderen el valor de las políticas públicas. Independientemente del sesgo apocalíptico de lo desarrollado, creo que he intentado explicitar la convergencia de estructuras subyacentes a la superficie de lo que vemos. Están expresadas con toda la crudeza con que se vivencian. El subtexto de la pandemia denota el desafío de nuevas investigaciones y sugiere la irrupción de una nueva subjetividad. De todos modos, el tiempo revelará la validez de estos conceptos. Transmito mi ferviente convicción acerca del necesario ejercicio de la introspección; del profundo encuentro con nosotros mismos, como el vehículo en el que se transitan los caminos de la libertad.


Comentarios


Agenda

bottom of page